Las bodas de Isabel de Segura.

Los amantes de Teruel historia y leyenda.

«Se va liar parda». Es el grito que salió de la garganta de uno de los nobles caballeros, antes de comenzar la recreación del Sitio de Albarracín. Este es uno de los actos de entre los innumerables que se han celebrado durante las fiestas de las Bodas de Isabel de Segura, en la ciudad de Teruel.

En 1220 se produce el sitio de Albarracín por parte de las tropas reales, al dar acogida Azagra a un perseguido por el Rey. Don Rodrigo de Lizana, amigo de Azagra, prendió ilegalmente a don Lope de Albero llevándolo preso a su castillo de Lizana. Un yerno y su hermano llevaron el asunto al Rey, el cual falló en contra de Lizana, quien tras el ataque del Rey para liberar a Lope, se refugió en Albarracín.

En junio de 1220 don Jaime sitió Albarracín, dado que Azagra se negó a entregar al fugitivo D. Rodrigo de Lizana. El sitio fue un fracaso y el 12 de agosto el Rey está ya en Teruel.

Estamos en los tumultuosos primeros compases del siglo XIII. Eran tiempos de una Península desmembrada en reinos. Por un lado Aragón, Castilla, Cataluña y Navarra. En pleno momento de conquista árabe, donde las ciudades eran fueros mandados por alcaldes, los nobles y regios de las comarcas tenían poder absoluto sobre su burgo. Momentos de apogeo del cristianismo y de fe febril, que acababa de recuperarse tras los miedos milenaristas del fin del mundo que no llegó en el año mil.

Don Martín de Marcilla, ex-juez de Teruel, casado con Doña Constanza Peréz de Pizón, estos tenían tres hijos: Sancho, Diego y Pedro Martínez de Marcilla. Era una familia noble que había apoyado siempre al reino de Aragón, por lo que logró distinciones del propio Rey.

En 1208, don Pedro II de Aragón les distinguió con una donación y una serie de privilegios en tierras. Pero la hambruna de la época, las epidemias y otras catástrofes hicieron venir las riquezas de la familia a menos. Al parecer ella habría sido hija también de otro noble e importante, vecino de los Marcilla, Don Pedro de Segura, y posiblemente se habría llamado Isabel.

Diego e Isabel habrían sido vecinos y posiblemente jugado juntos de niños en las tierras que unían las haciendas de los Marcilla y Segura. Habían nacido en nobles cunas y eran gente preparada culturalmente en la educación de la época. Se enamoraron y Diego pidió la mano de Isabel, pero su padre no estaba dispuesto a entregar a su hija con un segundón, que no heredaría nada. Aquí empezaron los problemas, pero el padre le dio una oportunidad al joven, si lograba hacer fortuna, Isabel sería suya. Tras la promesa de no comprometerla con nadie en cinco años, el joven salió de Teruel uniéndose a la Santa Cruzada cuya bula había sido dispensada por el Papa Celestino III en 1212.

Don Diego se hizo del ejército del Rey de Aragón que se había unido al de Castilla en la lucha contra el emperador almohade. Demostró ser un caballero digno de la Guerra Santa, conoció de cerca la muerte y saqueó y como todos se enriqueció en las contiendas. En la batalla más dura de Zaragoza viendo perdida la fortuna de su saqueo y optando por conseguir su propósito montó un corcel y salió al galope tras Miramamolín. Se fue persiguiendo por el camino de Jaén al Sultán y en su carrera se le vio por el camino de Vilches. Esa fue la última vez que se supo de él. Isabel sabía de las batallas y cuando acabaron lo esperó, pero Don Diego no volvía. Su padre, creyendo muerto al joven, la obligó a contraer matrimonio (cuatro años después de irse Diego).

Isabel aceptó a darle gusto al padre pero sólo si éste esperaba a que se cumplieran los cinco años de la promesa. Cumplidos ese día se casó. Corre el año 1.217. El mismo día que cumple el plazo, Diego regresa a Teruel victorioso y rico y aún en celebraciones de casamiento. Se reunieron en una alcoba donde nadie sabe que pasó pero él terminó muerto, tras pedirle un último beso que ella le negó. En flamante marido de Isabel no quiso problemas y dejó el cadáver ante las puertas de los Marcilla. Ella guardó el secreto. Fue al entierro de su amado sin ser vista y antes de ser enterrado se acercó para darle un beso sobre sus labios. El último beso pues quedó desmayada y luego muerta sobre Diego de forma misteriosa. Las mujeres murmuraban, los hombres no entendían, los intelectuales y nobles pensaban motivos razonables de aquel suceso. ¿Qué les había matado?. Nadie encontró explicación. Ni tampoco se conoce quién mando construirle a ella una tumba junto a él para que en la otra vida gozaran de la unión que en esta se les negó…

La tradición asegura que murieron de amor, por eso fueron enterrados juntos, y juntos han permanecido hasta hoy.

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De nuevo, un año más, en la ciudad de Teruel caballeros, damas, clero y plebe… bullen por la calles de la ilustre villa, desde las primeras horas del día hasta bien caída la noche. El día acompaña en un sol y sombra de fuerte contraste. Los turolenses, en grupos, se afanan en su improvisadas «haymas», en los preparativos para pasar juntos los días de fiesta y la celebración de los esponsales de doña Isabel de Segura. En el exterior, en el campamento, de la ciudad los caballeros se preparan para la batalla. Se visten con ropajes sobrios, teñidos con los colores de las marcas de sus linajes y revisten con pesadas armaduras, cotas y cascos. Afilan sus armas y están atentos a las arengas de sus lugartenientes.

Más tarde en el campo de batalla, a «mamporrazo» limpio las tropas de los dos bandos se sacuden sin piedad para con seguir la victoria. Al parecer, un tal Rodrigo de Lizana, traidor del rey Jaime I, se encuentra alojado en la ciudad y «se va a liar parda»

El colectivo Fidelis Regi, se han convertido en el fundamento de la fiesta que inunda estos días las calles de la capital turolense, sobre todo en la parte de la recreación de las batallas. Atuendo medievales de sin igual valor y belleza. Representación del asedio de Albarracín después de 800 años por las tropas del rey Jaime I, en la explanada de la cuesta de Cofiero. Las espadas blanden con fuerza sobre los escudos contrarios, las flechas de los arqueros cruzan silbando al viento el campo de batalla, los tambores sumados el griterío de los componentes de la lid son parte de esta recreación sin igual en entusiasmo y entrega. -todo debió suceder en el año 1200 el asedio de la ciudad de Albarracín por las tropas del rey Jaime I –

El torneo: En toda fiesta medieval tiene que celebrase un torneo. La rivalidad entre los caballeros por su honor y el de sus damas es acicate seguro para que el espectáculo se grande. En esta fiesta turolense «La criada de los adalides» en la que 14 caballeros demostrarán ante el rey don Jaime I sus habilidades en la justa, en los juegos, sobre su caballo.

Manuel Arribas Andrés.
Las bodas de Isabel de Segura.
Teruel, febrero de 2009.